Como si hacer el amor fuera un acto de guerra
Basta con conversar el tiempo suficiente con cualquier persona. Basta con estar el tiempo suficiente en esta universidad. Con mirar el tiempo suficiente a los demás y con mirarse un momento al espejo. Basta con vivir el tiempo suficiente para empezar a desear ser otro.
Todo se vuelve suficiente menos yo, que nunca he sido suficiente. Me he sentido tantas veces que he deseado muchas más no ser todo esto que siento. Porque me siento insaciable y las personas insaciables están condenadas a no ser felices. Claro que me he sentido contenta. Claro que he tenido momentos que no cambio por nada. Pero siempre espero más. Contentos, todos. Felices, muy pocos.
Muchachos, hagan el amor y no la guerra, decía un profesor del colegio. Invitándonos a que probáramos una cosa que para varios de nosotros todavía era desconocida. Una cosa que a escondidas habíamos visto en esos canales que después de las once la noche, y más arriba del canal 69, daban en la televisión. Con seguridad el profesor decía esto para detenernos de alguna discusión que estuviéramos teniendo, pero nos daba risa. Nos daba risa que nos invitara a hacer el amor y lograba sacarnos de la discusión para regalarle a la cabeza un momento de distracción.
Ahora me pregunto cómo se moverá el cuerpo del profesor cuando está haciendo el amor y no la guerra. Qué sonidos hará y qué será lo que más le gusta a la hora de compartir tanto con otro cuerpo. ¿Será que el profesor hace el amor? ¿O solo tendrá sexo?
Basta entonces con regalarle el tiempo suficiente a alguien; el tiempo que dure sentirse al borde del éxtasis, para no detenerse hasta que alguno acabe o hasta que las fuerzas se agoten. Basta con que comiences a besarme el cuello. Con que me digas que hay algo mío que te gusta mucho. Basta con que me agarres con fuerza y entre los dos nos hagamos sentir inmensamente deseados, para que yo empiece a desear ser otra.
Una con tetas más grandes, una con el abdomen plano, una con la elasticidad de la gimnasta y la resistencia de la nadadora. Una más bruta. Una que no piense mucho en lo que está haciendo y simplemente lo haga. Una más puta.
Porque esa que me encantaría ser terminaría de hacer el amor contenta. Extasiada y con ganas de más (como muchas veces tengo la suerte de terminar). Esa que me encantaría ser estaría dispuesta a hacerlo si quieres de cabeza y disfrazada de enfermera. Pero esta que soy a veces termina triste, mareada, como embolatada.
Como si hacer el amor fuera un acto de guerra.