nzetas

Escribo para salvarme y tomo fotos para alimentar la memoria. ¿Y para vivir? Para vivir leo. 

 

Podría contar sobre la vez que viví en un barrio de tierra caliente, cuando me decían Candela. 

 

Podría tal vez hablarles de lo tontos que me parecen aquellos que llevan el apellido Rendón. 

 

Si me preguntan, hablaría sobre el día en que decidí cortarle las seis trenzas azules a mi amiga del colegio. 

 

No podría alguien hablar de mi sin hablar del día en el que aprendí a nadar en luz. 

 

Recuerdo todavía a Esteban, que aún ahogado se veía hermoso. Y podría hablarles de cómo nuestro pueblo cambió desde su partida. 

 

Sentirían envidia si algún día les muestro las cartas que Gonzalo me enviaba cuando éramos más jóvenes. 

 

Podría mostrarles la píldora que llevo conmigo todo el tiempo. Aquella que me da la libertad de elegir sobre el curso de mi vida o de mi muerte. 

 

Podría refrescarles la memoria con aquella anécdota que en mis palabras aseguraba a Pambelé como el hombre más importante de Colombia. 

 

Podría mostrarles mi maravillosa réplica de El nacimiento de Venus o incluso poner en frente de ustedes mi Autorretrato con mono. 

 

Ya teniéndoles mucha confianza, podría contarles sobre la bola de agua que siento tan adentro mío que la he llamado tristeza. La misma que me enseñó a nadar. 

 

Pero nada de esto lo hice yo. Nada de esto lo inventé ni lo escribí ni lo viví realmente. Todo lo leí. Y todo lo debo a quienes lo pusieron en un papel para que más tarde pudiera yo leerlo. 

 

Las más grandes aventuras de mi vida se las debo a los más grandes escritores de mi vida (que cada vez van aumentando). Porque a paso de bolero, suavecito, voy viviendo de mentiras.