Medellín no te deja caminar llorando
Si sentís eso que llaman nudo en la garganta, eso que yo siento como una bola de agua en el alma, que claro, sube despacito (porque el alma debe estar en algún punto entre la vejiga y el estómago) y se sitúa en la garganta antes de salir por los ojos, por la nariz y hasta por la boca, no le digás nada a Medellín.
Porque Medellín no te deja caminar llorando. O sí te deja, claro, qué le va a importar. Pero además de que no le importa, te juzga, te pregunta, te mira con ojos aguzados, afilados, y te termina lastimando.
Si subís por Colombia, por ejemplo, todos vienen bajando. No escojás tampoco bajar, porque todos van a comenzar a subir. Tienen que verte. Medellín se mete como el diablo en cada uno de sus habitantes y te mira. A veces se compadece y te pregunta si estás bien. ¡Claro que no! Uno de felicidad no llora mientras camina.
Medellín es de esas que cuando mirás para atrás, esperando encontrar respaldo, no está. Porque ya te olvidó cuando cruzaste la calle. Igual te alivás de que no esté. Porque no querés darle explicaciones a una ciudad que no te deja caminar llorando.