Punto de apoyo
Imagínenme en la mitad del mar. Lejos de la orilla algunas veces, cerca en otras ocasiones.
Imagínenme sola. De pie en un trozo cuadrado de madera que no logra medir más de dos metros en cada uno de sus lados.
Ahora imaginen que llevo mucho tiempo de pie. Parada en el trozo de madera en la mitad del mar. Lejos de la orilla muchas veces. Mucho tiempo significan años en este relato.
Entonces llevo años ahí. Sola. Curiosamente siempre está de noche y el mar, como ya se habrán imaginado, siempre está en movimiento.
Nunca he perdido completamente el equilibrio. He tenido momentos en los que, estando el mar en plena calma, he tambaleado hasta casi caerme. El mar ha tenido momentos en los que, estando yo en plena calma, se agita como preparándose para algo y alcanzo a tambalearme hasta casi caerme.
Y voy ahí. Sin mayores problemas. De pie en el trozo de madera en la mitad del mar. Hace rato no toco la orilla.
No necesito realmente nada más. Porque imagínense, ¿qué más podría necesitar alguien que ya tiene un trozo de madera, que tiene con qué mantenerse de pie y que además cuenta con el mar para andar siempre por ahí? ¿Qué más podría necesitar alguien que nunca ha perdido completamente el equilibrio?
Imagínenme ahora queriendo solo una cosa: un punto de apoyo. Otro trozo, ya no de madera, mejor de un material más blando, que me acompañe y en el cual yo pueda descansar los brazos.
No necesito nada más, pero qué rico sería poder apoyar los brazos. Qué rico sería llevarme un amor que vaya de pie conmigo en el trozo de madera en la mitad del mar. Volver a la orilla juntos.
Imagen tomada de: http://monicatramos.tumblr.com/post/82626108492