Qué tontada confesar
Fotografía tomada en Jardín - Antioquia.
¿Para qué va uno por el mundo encontrando gente, creando lazos con esa gente y después contando un montón de cosas bastante personales?
¿Para qué nos pasamos el tiempo confesando lo que hicimos, lo que pensamos y lo que sentimos?
¿Para qué? si todo eso va a jugar, tarde o temprano, en nuestra contra.
Qué tontada confesar sentimientos si la gente no hace nada con eso. Usted se dispone, agarra un montón de sentimientos que no le ha contado a nadie, que mantiene cautelosamente guardados, y los empaca. Los empaca con el esmero de quien se dispone a dar un regalo celebrando una fecha especial. Usted se prepara: se imagina por lo menos tres situaciones posibles distintas y las resuelve todas (casi) de manera exitosa. Usted se siente preparado y está listo para entregar lo empacado.
Respira, y esto en la entrega del regalo equivale a que usted por lo menos ya está sujetando el regalo en sus manos. Pero lo tiene escondido de tal manera que usted podría comenzar con el juego patético que reza: “escoge una mano”. “¿La derecha?”. “Nada, no hay nada en la derecha”. “¿La izquierda?”. “Mmm, tampoco. Está vacía”. “¿Las dos?”. Y claro, usted tiene que entregar el regalo. Usted tiene que confesar lo que lleva sintiendo hace seguro algún tiempo.
“Te amo”.
“Te odio”.
“Me robé tus dulces”.
“Quiero ser como vos”.
“Perdí mi billetera”.
“Choqué el carro”.
“Me das risa”.
“Me gustás”.
Y otro sinfín de cosas por confesar. Total, después de esto viene, por culpa de Newton, una reacción.
“Okey”.
“Yo también”.
“Me los pagas”.
“Yo no”.
“Por despistada”.
“Por bruta”.
“¿Por qué?”.
“¿Y entonces?”.
Qué tontada confesar si total las cosas nunca suceden como usted las imagina. Las cosas nunca se acomodan a ninguna de las tres versiones que usted planeó hace un rato en su mente.
Confieso: ¡Qué bonito confesar! si al final es lo único que nos arrastra de estar solos.