Mario Rincón, con P de Pachanga
Ilustración de Malicia.
“Flaquito y narizoncito como siempre” llegó a los estudios de Discos Fuentes un día de junio de 1960 quien más tarde se convertiría en una leyenda de la música tropical en Colombia. Mario Rincón Parra entró por las puertas de la célebre disquera con la intención de formalizar una propuesta de trabajo, con ganas de oír aquello que Antonio Fuentes producía, y con su hermano detrás insistiéndole que dejara de callejear sin pretensiones de estudio y se dedicara a algo más conveniente.
Anteriormente, y desde muy joven, Mario Rincón pasó mucho tiempo como acompañante de su hermano, Jaime Rincón Parra, en las grabaciones que se hacían en una fábrica conocida como Industrias Fonográficas Ondina. Fue allí donde tuvo la suerte de conocer a Antonio Fuentes, o “Don Antonio”, como él mismo lo llama. Este encuentro se dio debido a la falta temporal de espacios para grabar que obligaba al fundador de Discos Fuentes y a su hijo, José María, a visitar las instalaciones de Ondina para lograr sacar adelante sus producciones musicales. Un día de 1959 Fuentes le hizo una propuesta informal a Mario y lo invitó a trabajar en sus nuevos estudios tan pronto como estuvieran finalmente construidos.
En 1960 Mario Rincón Parra ya hacía parte del poderoso equipo de trabajo de Discos Fuentes. Sin embargo, como para la fecha la edad de Mario encajaba perfectamente en los diez dedos de sus dos manos y sus dos pies, su jefe, Antonio Fuentes, no tenía legalmente la posibilidad de incluirlo en la nómina de la empresa discográfica. El pago a “Mariecito”, como algunas veces lo llamaba “Don Antonio”, se efectuaba entonces en un cheque que era entregado por una persona natural hacia otra persona natural: en este caso entregado por Antonio Fuentes López para Mario Rincón Parra.
Sin ningún cartón que lo certificara como profesional en el tema, Mario tomó posesión del cargo de ingeniero de sonido de Discos Fuentes poco tiempo después de haber llegado a sus renovadas instalaciones.
Y 55 años más tarde, sentado en un comedor del Éxito de Colombia, a las 11:00 de la mañana de un día del mes de marzo, el señor Mario Rincón Parra recuerda como si fuera antier que fue de Toño Fuentes de quien realmente aprendió la gran mayoría de las cosas que ahora sabe hacer. Vestido de cuadros, dispuesto a conversar sin afán de nada en particular, Mario comienza a reírse de sus anécdotas, contadas a medias. Cada una de ellas aparece en su memoria, y por consecuencia de esto, también en sus palabras, como adherida a la anterior; dejando poco espacio para la reflexión, pero mucho para la evocación.
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La gente colecciona discos, los oye, los mira, tal vez los toca, pero no creo que muchos hayan tenido el placer de conocer el alma de los discos como yo lo hice.
Cuando Mario comenzó en Discos Fuentes, el proceso de grabar instrumentos y voces lo hacía él con toda la orquesta tocando al unísono y sin posibilidad de error. Este proceso fue evolucionando hasta permitir grabar cada instrumento por separado y juntar todo en una sola pista al final de la grabación. Además de esto, Mario estaba también encargado del procedimiento de creación de los discos de acetato que durante mucho tiempo mandaron la parada en el ámbito musical.
El tratamiento con estos discos venía desde la lámina de acetato que se traía de otros países. Una de las principales funciones que tenía Mario Rincón a la hora de elaborar un buen elepé era la de mantenerse al pie de la máquina que grababa la música en la lámina de acetato. Esto lo hacía con la intención de que cuando una canción terminara de sonar, y por tanto, de grabarse en la lámina, la mano del operario (quien en la mayoría de los casos era él mismo) se encargara de correr unos cuantos centímetros la aguja, que iba dejando cicatrices con forma de canción, hacia el centro del disco para lograr los espacios debidos entre una canción y otra. Dichos espacios tienen la función de impedir que los surcos del disco se peguen y los temas suenen todos de un solo tiro, uno encima de otro.
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Bajos, altos y medios; ecualizaciones y frecuencias. Estas eran las palabras que llevaron desde principios de los 70, y durante casi 20 años, a José María Fuentes y a Mario Rincón a viajar anualmente a Estados Unidos para estudiar el funcionamiento de los equipos que ya se empezaban a usar en Discos Fuentes. Los viajes dieron como resultado un aprendizaje que permitió hacer sonar las voces, las guitarras y las congas cada vez mejor. Que el sonido de las teclas del piano no fuera excesivamente brillante o, por otro lado, excesivamente opaco, fue una lección aprendida gracias a los maestros Johnny Pacheco y Larry Harlow, y enseñada a los visitantes colombianos en uno de los tantos estudios que tuvieron la suerte de escuchar, durante horas, las voces de los integrantes de la Fania All Stars.
El hecho de que los estudios de Toño Fuentes no estuvieran ubicados en la Gran Manzana no significa que tremendos artistas no acudieran a las manos de Mario Rincón para grabar algunos de sus más exitosos temas. Entre ellos están músicos extranjeros como Daniel Santos, Alfredo Angelis y El Chato Flórez; y cientos de artistas y agrupaciones nacionales que marcaron en Fuentes la historia musical del país: Rodolfo Aicardi, Los Golden Boys, Los Corraleros de Majagual, The Latin Brothers, la Sonora Dinamita, Lisandro Mesa, y el gran Sexteto Miramar, precursor de la salsa colombiana.
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La conga formó la rumba, el timbal se calentó y con el golpe de clave el sonero se inspiró. Salsa con tumbao añejo, esencia de guaguancó, armonía cadenciosa: ¡lo que quiere el bailador! Vengo caliente – Sonora Carruseles
Heavy salsa, salsa dura, salsa con sabor colombiano fue lo que quiso plasmar Mario en 1995 al fundar una orquesta conocida hoy mundialmente como la Sonora Carruseles. Empezó como un proyecto de pocas grabaciones, así fue presentado en los estudios de Discos Fuentes y al parecer, apareció para quedarse. Veinte años después Carruseles sigue dándole la vuelta al mundo, aunque ya no bajo la dirección de Mario Rincón, quien por inconvenientes económicos y legales debió dejar a un lado el proyecto. Según Mario, el Boogaloo que antes se desprendía de los instrumentos y las voces de la Sonora Carruseles, era la combinación de “buenas voces, buenos coros, poquita letra y mucha música”. En palabras suyas y de otros salsónamanos: ¡esa música se hizo pa’ los bailarines!
Luego de 13 años de ir para arriba y para abajo con Carruseles, para Norteamérica y Suramérica, Mario Rincón decidió que era el momento de volver a ver nacer un proyecto de salsa colombiana en la disquera que hasta el día de hoy lo sigue llamando para grabaciones especiales. Y entonces, en el año 2008 “¡Se formó el rumbón!” con la Sonora Palma Soriano. Este álbum, que cuenta con diez temas que le cantan al amor, a la rumba, al mundo e incluso a épocas pasadas, contiene cuatro canciones compuestas por Mario y otras piezas escritas por clásicos autores, pero desempolvadas ahora por la sonora en cuestión.
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Señora viuda del muerto, ante la muerte irreparable de Mario Rincón Pachanga, os recuerdo la vieja sentencia china que pesa sobre las viudas sin consuelo. ¡El muerto! ¡Ay, no me lo recuerdes! - Sentencia China interpretada por Joe Arroyo
Llegó el año 1975 y se trajo de la mano una de las anécdotas más evocadas por Mario: el día en el que recibió el apodo que lo acompañaría el resto de su vida. Pachanga es el apellido que se adhirió en segundo lugar a su nombre de nacimiento, reemplazando tal vez el Parra y celebrando de una u otra manera el alborozo característico de su personalidad.
Tal día entró por la puerta de Discos Fuentes el Centurión de la noche, El ausente, El caminante: Álvaro José Arroyo González, mejor conocido como El Joe Arroyo. Ese día, con un elepé en la mano que sonaba la Sentencia China, interpretada por otro salsero, Joe le preguntó a Mario si, en caso de él grabar esta canción, le permitiría decir su nombre en el epígrafe del tema. Sin pensarlo dos veces Mario aceptó. La conversación continuó y en pocos minutos El Joe llegó a la conclusión de que a un tipo que mantenía viva la alegría de una disquera no se le podía llamar solamente por su nombre natal. Y entonces dijo: “¡Pachanga!”. Porque fue esa la palabra que Joe Arroyo encontró en su memoria rastreando lo que mejor describiera al eterno ingeniero de sonido de Discos Fuentes.
“Mario Pachanga” o –más larguito, pero menos peligroso- Mario Rincón Pachanga, es el alias que lo acompaña desde hace 40 años. Y en el mismo comedor del mismo Éxito de la misma calle Colombia, el mismo día, pero a otra hora, Mario se ríe con nostalgia por haber tenido que enterrar al gran Joe Arroyo cuando había sido él quien en una canción ya le había sentenciado a la viuda sin consuelo la muerte irreparable de su esposo.