Aprender a lidiar con Cronos
El maravilloso profesor Carlos Mario Correa Soto, escritor del libro en cuestión y maestro silencioso del periodismo. Foto: nzetas
“(…) quien escribe, salva. Y quien escribe crónica, creemos que salva doblemente”.
Leyendo Aprendiz de Cronista, la más reciente antología de periodismo narrativo universitario, hemos encontrado un hombre que, creemos, salva triplemente. Carlos Mario Correa Soto, profesor de periodismo de la Universidad EAFIT, entregado de lleno a su labor, ha logrado salvar, en un libro de 481 páginas, las historias que contaron quienes alguna vez hicieron parte de un medio escrito universitario.
Aprendiz de cronista (Periodismo narrativo universitario en Colombia 1999 – 2013), comienza sus páginas resaltando la importancia del contador de historias en la sociedad de siempre. El hombre que dedica su tiempo a buscar sucesos para luego contarlos, es el mismo que ha permitido el sustento de la memoria colectiva y es el mismo que se ha sentado horas a prestar oídos, papel y lápiz a quienes el agitado periodismo actual no puede escuchar.
Las palabras del profesor Carlos Mario Correa nos permiten estar seguros de que la narración que se lleva el tiempo necesario para detenerse en los detalles, para preguntarse por el estado de sus protagonistas, para mirar imágenes detenidamente, es la narración que debe volver a las primeras páginas de los actuales medios de comunicación. Porque es esta la que perdura en el tiempo y la que a fin de cuentas permite un juego más seductor entre la imaginación del cronista y la imaginación del lector.
Más que una simple recopilación de crónicas, este texto es un llamado para nosotros, “los iniciados en la intrepidez de lidiar con Cronos”, a que mantengamos viva nuestra “pasión crónica” por encontrar historias donde el mundo ve cotidianidad y por encontrar personas donde la prensa solo ve víctimas y victimarios; una pasión que nos permita regalarle cinco páginas a la caída de un árbol en el Parque Bolívar, cuando la prensa de hoy le daría un párrafo acompañado de un meme.
A lo largo del libro, y tal como el autor lo indica en sus primeras páginas, el lector se encontrará con temas que para los jóvenes colombianos se han vuelto lugares comunes (hecho en el cual habría que ahondar más tarde para averiguar por qué hablamos de lo que hablamos). Los sitios y los personajes tabú son el gran requerido del periodismo universitario; al igual que la guerra que por largos años ya se ha vuelto característica de nuestro territorio.
“Sacar a flote la desigualdad, la anomalía, la anécdota, el melodrama y el disparate… en fin ‘hacer explícitas las más inesperadas formas de ser distinto dentro de una sociedad’ (Jaramillo Agudelo, 2012: 40), hace parte de los buenos oficios cronísticos de los estudiantes reporteros”. (pág. 23)
“La palabra crónica contiene el tiempo en sus propias sílabas (procede del griego kronos). En términos proustianos, los cronistas van siempre en busca del tiempo perdido”. (pág. 19)
Y tal vez, aquellos cronistas salvadores de historias y contadores de las mismas, van en busca, más que del tiempo perdido, del tiempo robado. Porque la instantaneidad ya no es solo una singularidad del nuevo mundo de las redes sociales, sino que se ha convertido en una particularidad de todos los medios que buscan rellenar de información al público sin dar ninguna explicación y sin tener tiempo para pausas.
Allí es donde el papel del cronista toma protagonismo y debe ser aplaudido. Porque el tiempo que nos quita lo inmediato al mostrar los fracasos y los éxitos como cifras, nos lo devuelven periodistas como Róbinson Úsuga con su relato “Muerte bajo la lluvia de Orión” – crónica que muestra la realidad de la Operación Orión, llevada a cabo por el gobierno en el año 2002 en la Comuna 13 de Medellín a través de la historia de una familia que pierde a uno de sus miembros a manos de la guerra que allí se desató.
A lo largo de la introducción que el profesor Correa le hace a sus aprendices de cronistas, notamos cómo también aplaude la labor de aquellos medios de comunicación escritos que han surgido desde las diferentes aulas de las facultades de Comunicación Social y Periodismo del país. Reconocemos, con el apoyo de las palabras del profesor, que este es un quehacer casi esencial para regalarles a los periodistas en formación la posibilidad de contar historias detenidamente.
El poder tomarse varios días para visitar a los personajes y detallarlos en largos párrafos proporciona, no solo al lector, sino también al cronista, información necesaria para mirar el retrato de la realidad y para adentrarse en un mundo cercano gracias a las descripciones allí plasmadas.
De La Urbe, Contexto, Directo Bogotá, 15, Ciudad Vaga, Bitácora y En Directo, son solo algunos de los medios investigados por el profesor Carlos Mario Correa para exponer en este libro una gran antología que, de ahora en adelante, debería ser texto inevitable para quienes estamos en el camino a convertirnos en contadores de historias, preservadores de memoria e informantes del día a día.
Leamos entonces un fragmento de las palabras escritas por el autor en su antología de crónicas universitarias:
“Pero, ¡atención!, jóvenes reporteros aprendices de cronistas. Cuando hacemos eco de las opiniones de la profesora Egan en cuanto a que la crónica contemporánea es “el reportaje narrado con imaginación”, no estamos identificando imaginación con ficción o fantasía, sino, más bien, con creatividad; esto es, con la facultad y la capacidad de creación que pueda desarrollar el cronista tanto en sus labores y métodos de reportero como en sus ensayos y descubrimientos formales de narrador. Tenemos claro que la crónica reclama ser un género de no ficción que en esta medida da cuenta de la autenticidad de los hechos y que pertenece al campo del periodismo — donde encontró un nicho —, pero sin desconocer que también es un género con ambición literaria, es decir, artística”.
Así que Aprendiz de cronista comienza a llenar uno de los capítulos que le hacen falta a la historia del periodismo en Colombia: el periodismo universitario.