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"Conservesiando" con Hugo Restrepo

Son las 3:00 p.m. y mientras espero sentada en un local ubicado en El Parque del Poblado me imagino cómo irá a ser la conversación con Hugo Restrepo. Porque me han contado mucho de él: que habla mucho, que toma mucho, que sabe mucho, que vive mucho. Físicamente no puedo imaginármelo porque ya he tenido la oportunidad de verlo muchas veces. Y es que un visitante frecuente de El Parque del Poblado sabe que a cualquier hora del día, cualquier día que vaya, puede encontrarse con un hombre que generalmente lleva puesta una chaqueta beige; es bastante delgado y cuya estatura supera por poco el promedio, un hombre de barba blanca y cabello grisáceo, con el rostro marcado por arrugas que delatan sonrisas, enojos y sollozos. Hugo es un hombre de manos frías y muy delgadas, que camina con la tranquilidad de quien sabe que por que más tarde que llegue siempre encontrará a alguien dispuesto a compartir con él una cerveza, unas palabras, unas copas de aguardiente o largas horas de conversación.


Son las 3:05 p.m. y mientras miro a los carros que bajan por la Calle 9 y a otros que cruzan la Carrera 43 B aparece, por la intersección de estas dos direcciones, un tipo de pantalón negro, camisa rosa a rayas y chaleco negro de seda. Lleva en la mano una chaqueta beige y tiene puestos unos zapatos que, a falta de la chaqueta, no le combinarían con nada.


Dos semanas antes yo ya había logrado superar la pena de presentármele a un desconocido para decirle que él no sabía quién era yo, pero que yo sí sabía quién era él; que yo sabía un poco de su experiencia con el cine y que, a razón de un trabajo que debía hacer para mi carrera, le pedía que se encontrara conmigo pronto para conversar sobre cine y sobre él.


Todavía no sé si Hugo Restrepo tiene una memoria muy prodigiosa o muy mala, pero ese día, en la esquina donde se encuentra la Calle 9 con la Carrera 43 B, se acordó de mí y me vio sentada donde habíamos pactado encontrarnos, en Las Costillas de Pedro; “porque allá la cerveza es más barata”, me dijo cuando buscábamos en nuestra memoria un lugar adecuado para conversar tomando cerveza (acto que él, en varias ocasiones, ha llamado “conservesiar”).


“Hola Natalia, ¿cómo estás?” “Hola Hugo, muy bien gracias. Sentate Hugo pa’ que conversemos”. “Contame Natalia”. “Hugo, no tengo ninguna entrevista preparada, a mí lo que me interesa es conversar con vos e ir mirando qué resulta en la conversación”. “Maravilloso, porque soy alérgico a las entrevistas, conversemos entonces”.


Sin entrevista preparada, ambos sabíamos que existían preguntas obligadas que por supuesto le hice, tal vez para romper el silencio que se instauró luego del saludo, pero más aún para hacerle saber a Hugo que lo que más me interesaba de él era su experiencia con el cine. ¿Cómo vas? ¿Qué has estado haciendo últimamente? ¿Seguís escribiendo para cine? ¿Tenés algún plan de volver a meterte en una película? ¿Has vuelto a hablar con Víctor Gaviria? ¿Qué estudiaste? ¿Cómo se llega de la geología al cine?...


- Oiste Hugo, ¿y vos hace cuánto venís al parque? - le pregunto porque de verdad me intriga.


- ¿Al parque? Desde que lo abrí. Esto era un potrero, vendí las vacas y ahí dejé los arbolitos. – me responde entre risas.


- ¿Y con quién venís siempre?


- Solo. Aquí me encuentro a todo el mundo, yo no necesito traer a nadie.


Y entonces la conversación nos lleva a hablar de su hija. Me cuenta que está estudiando en la Universidad de Oxford y que ya tiene un invento patentado. Más tarde, me doy cuenta que Vanessa Restrepo Schild es una chica de 21 años que en Medellín han catalogado como “genio”.


- Hugo, mírame a mí con la misma edad de tu hija y aquí sentada.


- Pa que veas, la tienen trabajando ya como investigadora en la Universidad de Oxford.


- ¡Qué maravilla!


- Que buen polvo yo ¿cierto? – y aparecen las risas.

Comenzamos a conversar sobre cine y me cuenta que después de haber estudiado ingeniería geológica, aun cuando las condiciones para producir contenidos culturales en el país han sido complicadas, él vio el camino menos escabroso por el lado de la cinematografía. “Porque hacer salidas de campo para conocer terrenos y demás cosas que la geología pide, era peligrosísimo en los años 80. Por todas partes había amenazas de la guerrilla o de otros grupos insurgentes”. Y resulta que a Hugo siempre le había interesado el cine, era un pasa tiempo que no escondía y tenía entonces un grupo de amigos con los que veía cine, hablaba de cine y, con los que luego, hizo cine.


El nombre de Hugo Restrepo suena en la gran pantalla colombiana por películas como Rodrigo D no futuro y Sumas y restas. Ninguna de estas dos producciones puede ser nombrada sin recordar a Víctor Gaviria. “Y yo a él lo conocí por un amigo que resultamos teniendo en común. Con ganas de montar una productora de cine hablé con mi amigo y para entonces Víctor ya se había ganado un par de premios escribiendo, entonces su nombre sonaba”- afirma Hugo. El contacto con Víctor dio como resultado Tiempos Modernos, una de las primeras productoras de cine independiente de la ciudad, la cual inició con Víctor Gaviria, Jorge Mario Vélez y Hugo Restrepo en 1983.


- Y hablando de cine, te tengo una excelente noticia. – me dice Hugo con ánimos de revelar una exclusiva. - Para esta convocatoria de cinematografía escribí un guion con dos amigos y está en la recta final, está de finalista. Se llama Granada.


- ¡Excelente! ¿Y de qué se trata? – pregunto.


- Te estoy lanzando una granada, una exclusiva – dice Hugo entre risas – El guion es sobre Granada, Antioquia. Hubo una época en la que todos los grupos armados llegaron allá y mataron a miles de personas. Hay fincas en Granada que siguen desocupadas porque la gente no volvió.


En este punto Hugo resalta la actualidad con la que viene cargado el guion sobre Granada debido a los actuales diálogos de paz en La Habana y afirma que, junto con sus amigos, ya tiene varios testimonios del lugar.


Hablando del guion y de lo que Hugo ha escrito, recuerdo que buscando me había encontrado hace días con un blog firmado con su nombre, el cual lleva el título de “Mi seria vida”. No hasta que me senté con Hugo y descubrí lo mucho que juega con las palabras, logré comprender el doble sentido que llevaba consigo el título del blog. Y es que este ingeniero geológico y además cinematógrafo aclara que no puede distinguir entre la seriedad de su vida y la miseria de la misma. En un momento en el que le pido que me cuente su historia, Hugo resuelve por preguntarme, con seriedad en su tono de voz, si lo que quiero saber es su historia o su histeria.


Y así seguimos conversando, con juegos de palabras hechos por él con una agilidad mental que logra tantos aciertos como desaciertos. Impresiona en todo caso. “Pero al blog todo me lo sube mi hija. Yo no soy más que un dictador. Yo dicto y ella escribe”.


Mientras en la mesa se destapa una Pilsen tras otra, Hugo me cuenta que tiene planeado escribir una novela.


- ¿Y sobre qué querés escribir? – le pregunto


- No sé todavía – confiesa Hugo - ¿Qué tema escojo?


- No temas, cojo – le respondo, tratando de jugar con las palabras igual que él, para mantener el humor en la conversación.


Dejando claro que no se trata de una entrevista, Hugo me pregunta por mí, por mi vida. Le respondo que con seguridad no he vivido tanto como él, pero a mi mente viene una anécdota chistosa que me atrevo a contarle.


- Hugo, vos ves que mi ojos son muy chiquitos… Cuando yo tenía 7 años mi papá siempre se cercioraba de que, al momento de cruzar una calle, yo no me estuviera riendo y mantuviera los ojos abiertos. Él estaba seguro de que cuando yo me reía, no veía nada.


No sé si por no hacerme sentir mal o porque enserio le causó gracia, Hugo comienza a reírse y a repetir una y otra vez “¡No te riás, no te riás, que vamos a cruzar la calle!”. Cinco minutos después, dos personas, conocidas de Hugo, se acercan a nuestra mesa para saludarlo. Ahora estas dos personas, desconocidas totalmente para mí, saben que cuando era pequeña, mi papá no me dejaba pasar la calle riéndome.


A las 5:45 p.m. se forma, en la Carrera 43B, justo al frente de nosotros, un trancón de carros que intentan buscar salida. Dos, tal vez, tres conductores deciden comenzar a pitar a ver si así avanza el trancón. El ruido hace presencia en nuestra conversación y Hugo reacciona de tal manera que deja ver lo vivo que se mantiene. Aplaude fuertemente y comienza a gritar: “¡Eeesooo, qué bonita que es la cultura ciudadana! ¡Eeesoo piteen!”.


Además de ser todo eso que dice, todo eso que muestra, Hugo Restrepo es, según personas que lo conocen, un hombre que despierta sensaciones muy extrañas. Hay quienes siempre que pueden se acercan a saludarlo, mientras hay otros que lo evitan. Parece que Hugo siempre va a estar ahí, de día, de noche, de madrugada… Definitivamente el Parque es más de él que de cualquier otro.


Héctor Gómez Gómez, un viejo amigo de Hugo afirma que él: “nunca tiene afán... Si le da un infarto seguramente se muere a los tres años... Sin afán". Y me asegura (a escondidas del cineasta) que una de las cosas que más le gusta es poder conversar “con locos como Hugo, porque los cuerdos no hablan nada interesante”.


“Humo Restrepo”, “Humor Restrepo”, “Toñito Restrepo” “Restrepo Restrepo”, “Hugo Respeto”…. Son solo algunas de las maneras cómo este hombre, aparentemente adjunto al Parque de El Poblado, se define a sí mismo para darle sentido a su seria vida.


Hugo y yo en El Parque de El Poblado.

TODO LO QUE HAY AQUÍ FUE HECHO CON AMOR

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